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martes, mayo 02, 2017

La liturgia de la electrocución







Thomas era un enamorado de la ciencia que vivió en un pequeño pueblo de un gran estado americano en los años en los que la energía eléctrica  comenzó a extenderse por el país como una inmensa mancha de aceite.
Tuvo siete hijos con Margaret a quien conoció sirviendo unos muebles en casa de sus padres, el reverendo y la señora Smith.
Sin ninguna formación superior, Thomas se consideraba un autodidacta por amor a cualquier artilugio  moderno y tenía un pequeño cuarto repleto de esos cachivaches en el sótano de su casa.
Según iban cumpliendo el primer año de vida sometía a sus hijos al "bautizo de la ciencia" como lo llamaba él y que consistía en vigorizarlos sometiéndoles al embate de la corriente eléctrica. Se trataba  de "bautizos" diferentes, lógicamente sin invitados, ni regalos, ni opíparas viandas: solo la silla de madera, las correas, los hierros anillados a los dedos de ambas manos, el interruptor con forma de estribo, la falta de aliento, las convulsiones y el abrazo final. La liturgia de la electrocución se repetiría una vez al mes hasta que alcanzaran la mayoría de edad.
De los siete hijos únicamente le sobrevivieron hasta esa onomástica tres vástagos. A Thomas se le podía ver por el pueblo presumiendo de hijos. "Ni un catarro me han cogido, ni una enfermedad en toda su vida gracias a los milagros de la ciencia".





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