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sábado, diciembre 06, 2014

El Jardín del Edén







Escondido tras la maleza, el Minotauro espió los movimientos de aquel ser desconocido que, como él, se desplazaba sobre dos extremidades. Observó con admiración su fina piel y las delicadas proporciones que le conferían elegancia y gallardía. Se retiró sin hacer ruido y acudió a reunirse con Dios para relatarle su hallazgo. Se lo encontró arrodillado junto al cauce de un río, calentando con su aliento el agua y elevándola al cielo en forma de nubes. Al verle llegar se secó las manos y le preguntó por el motivo de su excitación.  El Minotauro habló y calló. Dios sonrió y se limitó a aclararle que esa criatura era su último proyecto para ocupar la joven Tierra. Le pidió que convocara a todos los animales para informarles del deber de respetar a su nueva creación. El Minotauro obedeció y, el día convenido, trasladó el deseo de Dios ante la nutrida audiencia. La gravedad y profundidad de su voz modelaron sus palabras en ley. A la mañana siguiente la lechuza vio a la serpiente arrastrarse en dirección a la reunión. Pero en Minotauro ya estaba muy lejos disparando flechas a las nubes para saciar su sed.



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