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martes, septiembre 23, 2014

La salamandra






Tras permanecer varias horas prendida del último árbol del bosque que permanecía en pie, la salamandra se contoneó provocando la caída de varias criaturas que habían colgado de ella formando una siniestra ristra de animales humeantes. Trepó a la superficie de la rama y contempló la destrucción más absoluta. Hasta el aire abandonó el lugar para no desentonar con su silbido.  El humo acogía las almas de los animales y las elevaba a los cielos. El Sol parecía querer renegar de las llamas. La desolación alcanzó tal magnitud que la salamandra notó como se le encogía la garganta hasta casi estrangularla.  Sus vísceras atormentadas exhalaron los efluvios que atrajeron al lejano búho.  No ofreció resistencia a sus garras. Todo lo contrario, disfrutó del vuelo mientras se alejaba del paisaje asolado de su bosque para entrar en los ignotos dominios del señor de la noche.  Cuando el búho se dispuso a compartir el alimento con sus crías, la salamandra solo lamentó tener la piel cubierta de hollín.

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