El viento del noroeste lleva toda la vida visitándonos. Recorre,
en su soberbia, los canales artificiales que han creado los hombres con sus
edificios. Los mismos hombres que salpican las calles con árboles, para no olvidar de dónde vienen; nos plantan cuando
aún estamos en la niñez y nos cuidan con esmero, regándonos y aligerándonos con
la poda. Pero esta noche el cierzo ruge como un cazador. Parece como
si le hubiesen derramado ácido sobre la espalda e intentara liberarse de su
contacto frotándose con ladrillos, tejas,
ventanas, ramas y troncos. Sabemos que esta noche será diferente. Las raíces más pequeñas son las primeras que sufren los
embates de su furia. El grosor de mi tronco de treinta anillos es un obstáculo a
derribar demasiado apetecible. A continuación las raíces más veteranas y
profundas reciben toda la tensión, desprovistas ya de la protección de las más
pequeñas. El cielo se ha llenado de bolsas, hojas y ramas que
sobrevuelan en fantasmales torbellinos nuestras copas. El ataque es poderoso. Comienzo a inclinarme. Comprendo que mi final está cercano.
2 comentarios:
Ya veo que los árboles, a pesar de su estoicismo, también son derribados.
jaja. El viento es joven e impetuoso. Los árboles viejos y estoicos.
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