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domingo, noviembre 25, 2012

VACIAR PAPELERA





Ansioso, Javier abrió el e-mail.  Lo leyó en unos segundos, tiempo suficiente para entender lo que en realidad ya sabía desde hacía tiempo. Palabras de compromiso, vacías de contenido y de cualquier atisbo de afecto. O, por lo menos, del afecto que necesitaba Javier.  Dos años de cruces de correos  no le habían hecho desistir, pese a que esa correspondencia era lo único que había entre ellos.  Javier intuía que quizá hubo una oportunidad al principio, pero ya era tarde.  Julia contestaba siempre con cariño pero rehusaba el contacto personal, rechazando los cabos que le lanzaba Javier  cada vez con menos ímpetu.

 Pero ese día lo entendió todo, tenía que ser él el que cortara ese último hilo. El fino hilo de los correos. De este modo, él descansaría finalmente y  aliviaría a Julia de la tensión de ser ella la que tomara esa decisión. Por un momento se alegró de haberlo entendido.  Julia ya había manejado la situación con suficiente prudencia y elegancia todos estos meses. Lo había conseguido demostrando una gran intuición aunque Javier no hubiera querido verlo. Ya no se le podía exigir nada más. Ahora el desenlace le correspondía a Javier. Javier es inteligente y emocional al mismo tiempo.  Esta combinación no es la más favorable para manejarse en un trance como en el que se encontraba sumido.  El amor que sentía por Julia permanecía intacto pese a los arañazos de la distancia y el tiempo.  Incluso pese a recibir las confidencias en las que Julia le  hacía partícipe de una nueva relación que se había ido asentando con el tiempo.

Con un gran dolor, un inmenso dolor, Javier fue borrando todos los correos recibidos y enviados estos años y que atesoraba en una cuenta de correo abierta únicamente para  mantener contacto con Julia. Ella desconocía la exclusividad de esa cuenta, como también desconocía que cuando Javier escribía -podríamos vernos algún día-, en realidad quería decir -por favor quedemos mañana-. Que cuando decía -escríbeme pronto-, lo que en realidad deseaba era ir a buscarla a su casa, montarla en el coche y huir lejos, muy lejos.

La bandeja de elementos recibidos y enviados ya aparecía vacía. Ahora solo faltaba vaciar la papelera y todo habría acabado. Al darle a la tecla, le vino una imagen en la que Julia agitaba la cabeza aireando sus rubios cabellos que se confundían con los mensajes que surcaban la pantalla antes de su definitiva desaparición.  Javier sonrió.

1 comentario:

Pepe Deapié dijo...

Me ha encantado.
Los hombres, en general, somos mucho menos prácticos que ellas en cuestiones del corazón y tenemos una capacidad bastante más limitada que ellas para percibir ese tipo de cosas, además de que somos más propensos a engañarnos a nosotros mismos. Todo ello, magníficamente plasmado en tu texto.
Eres un crack.