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viernes, agosto 26, 2011

EL LAGARTO SIN SU MEDIODÍA

El lagarto asoma el afilado rostro de entre la pared de piedras; con la que hace ya mucho tiempo unos hombres escalonaron  el monte, ganando así tierras aptas para sus cultivos. Sus ojos y su olfato apaciguan la inquietud nacida de su instinto de supervivencia, al no percibir depredadores. En tres pasos medidos nos descubre todo el cuerpo. Vuelve a quedar inmóvil como una raiz seca. Espera que su piel reciba los rayos del sol de mediodía. Es la costumbre. Es un día de agosto. Los  lagartos no disponen de calendarios, por lo que no podemos pedirle que nos señale el día exacto. En un ágil escorzo gira ciento ochenta grados. Parece buscar algo con la mirada: el sol. Su cerebro reptiliano es muy elemental, pero está asombrado al notar su ausencia en un día sin nubes. Remonta la pared pedregosa perseguido por el miedo que cuelga de su cola como un cascabel. Ahora busca la luna, pero la gran bóveda le devuelve su ausencia así como la de las estrellas. No hay sombras, ni oscuridad. Tampoco sonidos. Las abejas vagan desorientadas sin encontrar sus colmenas. Decenas de cigüeñas vuelan trazando grandes círculos sobre inexistentes campanarios. Decide el lagarto trepar el tronco de un olivo. Vuelve a la tierra y se aleja con su contoneo de cupletista en busca del horizonte;  en la seguridad de que tras la línea aparecerá el anhelado astro. Desconoce, debido a su escasa razón, que tras el horizonte, solo hay otro horizonte. Al llegar la noche, o mejor dicho, al llegar el turno de la noche, una plantación de girasoles observan su cuerpo deshabitado.

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